viernes, 16 de septiembre de 2011

Extraños tesoros

Era el caluroso verano del año 1977, vivíamos entonces en una colonia agrícola en Río Colorado.
Era esa época en que todo resulta bello y novedoso, sobre todo para nosotros, chicos de 14, 11 y 9 años
cuyas vidas transcurrían entre árboles, tierra recién arada y pájaros.
Nuestra casa rodeada de frutales y viñas estaba muy alejada del centro de aquella colonia de chacareros atareados siempre con su cosechas, creo que era la más alejada. Un monte de piquillines y alpatacos separaba nuestra casa del río; rápido, rojizo y ruidoso río.  Diariamente realizábamos recorridos extensos para ir hasta la escuela, trayecto que hacíamos a pié, y luego de volver, íbamos hasta el río.
 El momento esperado por nosotros era éste, cuando nos mandaban a llenar varios botellones con el agua barrosa, que luego de un período de decantación se volvía cristalina y bebible.
Mi hermano mayor tenía que trabajar en pesadas y calurosas jornadas cómo un adulto más, los más chicos teníamos más tiempo de jugar y caminar explorando las grandes extensiones de campo que era siempre una caja de sorpresas. En todo ese "patio" de juegos podíamos encontrar tesoros extraños y siempre estábamos en busca de algo.
Era ya el mes de diciembre y las clases llegaban a su fin. La idea de las vacaciones nos alentaba a salir por más tiempo hacia el bosquecillo que rodeaba al río y que era otra parada más en el paseo diario, sin tener que preocuparnos por las tareas escolares que ya casi no teníamos.
A la hora de la siesta, cuando la decisión de qué hacer era solo nuestra, nos aventuramos con el menor de mis hermanos y decidimos que íbamos a buscar nidos con huevos de pájaros exóticos en árboles, arbustos y entre la gramilla alta y seca. Así lo hicimos. Al término de una hora teníamos varios trofeos de colores que coleccionábamos en un  improvisado "museo". El calor era insoportable y el río era un buen lugar para refrescarnos. Nos acercamos y buscamos una playita para sentarnos y tocar el agua. El sol de las tres de la tarde daba de pleno en el agua barrosa y formaba un color entre bronce y oro. Los pájaros inquietos por el calor realizaban vuelos rasantes arrancando de la superficie una pequeña lluvia dorada. Sobre un costado de la playa había un montón de palos secos y ramas de sauces que tapaban una grieta hecha por la erosión del agua en las subientes. ¡Una grieta! lugar ideal para encontrar algún especímen curioso...
Lo que encontramos nos erizó la piel; un montón de huesos humanos sostenidos por pedazos de tela, que en algún momento fue ropa, se asomaban entre las ramas de un viejo sauce. Más allá, semienterrada sobresalía una superficie redondeada y blanca que pertenecía a nuestro macabro hallazgo. Entre el espacio que quedaba entre el cráneo y el fondo de la gruta, un manojo de tela marrón claro, enredada en raíces y vegetación completaba el cuadro que nos dejó espantados aquella tarde.
Por aquellos años nadie se sorprendía ni preguntaba demasiado sobre los muertos sin identidad que aparecían. Ésto pasó con lo que descubrimos ese día. Luego de ser retirado por los bomberos y la policía local nadie más supo nada de aquel infeliz: ¿hombre o mujer? que quedó archivado como un "nn" entre papeles que nadie más revisaría. En el pueblo nada más se supo y a nadie se le ocurrió investigar sobre el encuentro accidental  de dos niños.
A partir de ese momento nuestro espacio de búsqueda iba a ser el río, pués descubrimos que se podía encontrar siempre algún extraño tesoro que él traía con sus correntosas aguas coloradas, arrastrándolo desde quién sabe dónde para quedar atrapado por alguna rama de los sauces que bordeaban la costa y aprisionándolo para que alguien lo descubriera...o no.

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