miércoles, 17 de agosto de 2011

El segundo sueño

En el caluroso mes de julio, Toñet, como lo llamaba su madre se dirigió al centro de Marruecos, allí debía presentarse según la cartilla que había llegado hacia una semana.
Transcurría el año 1947 y el mundo estaba asolado por la segunda guerra mundial. 
 Ya en el destacamento militar, el joven supo que el próximo destino sería África, la Guinea española.

Los Territorios Españoles del Golfo de Guinea comprendían varias islas  y la Guinea Continental Española; éstas fueron reunificadas en1926, pasándose a llamar Guinea Española. Para esta época se terminaron de disolver las estructuras previas tradicionales de los reinos tribales, consolidándose la administración de los españoles. Pero los habitantes del lugar no iban  a hacerle tan fácil  la estadía a  las tropas mandadas por el gobierno del país colonizador.
 España carecía de la riqueza y el interés necesarios para desarrollar una infraestructura económica importante durante la primera mitad del siglo XX. No obstante, desarrolló grandes plantaciones de cacao en la isla de Bioko con miles de peones importados de la vecina Nigeria. El ejército tenía también como objetivo custodiar esas plantaciones, lo cuál estaba a cargo de los jóvenes recién llegados.
En los años treinta Guinea Ecuatorial permaneció fiel a la Segunda República Española hasta septiembre de 1936, cuando, iniciada ya la guerra civil, se unió al alzamiento contra la República.
En 1947 Antonio Sin Palau, se presentó en el destacamento militar de Tetuán, Marruecos, donde había sido citado.
En la base recibieron un duro entrenamiento militar donde los soldados, jóvenes de todos los rincones del país pasaron grandes pruebas y sacrificios acentuados por la crisis económica del momento
El Protectorado de Marruecos era, sin la menor duda, la «joya de la Corona» del pretendido Imperio africano. Puede decirse que su posesión se medía no tanto en términos de explotación colonial o económica como en virtud de factores militares y de  prestigio, unidos a ciertos vínculos sentimentales que unían a los generales africanistas, empezando por Franco, a estas tierras.
 Por la Alta Comisaría   española en Marruecos, con sede en Tetuán, pasaron las figuras más prestigiosas del Ejército: Beigbeder (1937-39), Asensio (1939-41), Orgaz (1941-45), Várela (1945-51) y García Valiño (1951-56). Durante esa época se pusieron en práctica políticas y  relaciones tanto con la Administración jalifiana (el Majzén) como con los generales residentes y las autoridades francesas de la otra zona del Protectorado.
Antonio, en esta época perteneció al grupo de paracaidistas  y fue trasladado a la ciudad de Murcia donde realizó un curso intensivo y más tarde fue destinado  a la Guinea española.
El viaje desde el puerto de Marruecos hasta las costas africanas tuvo grandes inconvenientes,  tuvieron que soportar terribles  tormentas y en ocasiones estuvieron a punto de naufragar. Es difícil imaginarse que pasaría por las mentes de esos jóvenes habituados a estar en tierra como en el caso de Toñet (Antonio), antiguo pastor de ovejas en la provincia de Huesca.
Los recién llegados arribaron a la base luego de atravesar una espesa y pantanosa selva, siempre alertas por el temor de ser sorprendidos por los nativos del lugar que tanto de día cómo de noche a partir de entonces, iban a mimetizarse con el paisaje local, atentando al menor descuido contra los soldados, para ellos, intrusos en su tierra.
Las tareas cotidianas en la base se repartían entre los de mayor rango y los soldados rasos.
A partir de su llegada Antonio fue ocupado en la cocina  y encargado de tareas de limpieza, a su término debía hacer reconocimientos en vuelos que realizaban con los hidroaviones enviados por España.
 Una tarde el trabajo en la cocina se había retrasado, sus compañeros lo esperaban para hacer su recorrida habitual.Pero el estricto control de las tareas impidió que pudiera subir al hidroavión a tiempo, cuando salió de su puesto ya la nave habia levantado vuelo y se perdía entre los oscuros árboles.
 Al cabo de unos minutos la alarma se encendió en la base, el aparato se había siniestrado hacía un instante.
Así era la guerra, no había lugar para el dolor y la congoja. Seis hombres habían muerto, seis menos que vigilarían las posesiones en Africa. Seis cartas que se mandarían a su Patria.
 No iban a ser las únicas muertes, día día algún episodio terminaba con la vida de uno más; las fuentes de agua segura eran envenenadas por los nativos, la sed y el hambre enfermaban a muchos.Las guardias nocturnas eran temidas por todos. Los nativos se movían en la noche con rapidez  y destreza,  se acercaban a los desprevenidos soldados disfrazados con pieles, simulando ser animales. Por la mañana el relevo se encontraba con espectáculos macabros, siempre compañeros asesinados.
 La vida era vivida minuto a minuto, se vivía con el terror de que en cualquier momento uno podía ser el próximo. Mejor valía no apegarse a las amistades porque la muerte rondaba y elegía al azar.
Antonio Sin Palau cuidaba animales desde pequeño, trabajo heredado de su padre. Su carácter era tranquilo y cordial, no sabía de enemigos, ni enfrentamientos.Nunca tuvo que defender su vida cuando joven, la disfrutaba, amaba el aire libre en las montañas. Quizá el recuerdo de ese cielo y el ruido de los manantiales de su pueblo ocupaba sus ojos en el infierno de los días en servicio.
  Nadie está preparado para los momentos terribles de una guerra, pero el instinto de supervivencia hace actuar a los hombres de maneras impredecibles. Las guerras hacen eso, transforman el carácter, marcan al ser humano, dejan huellas dolorosas e imborrables. Esas marcas quedaron en su corazón para siempre; el miedo vivido, las necesidades, la incertidumbre diaria fueron minando su espíritu.
Cuando volvió su pueblo junto a un grupo reducido de sobrevivientes, no se sintió héroe, no se sintió humano. Cómo otros jóvenes quiso ser recibido por el abrazo cálido de una madre., pero la mezquina contienda que vivía el mundo también le había quitado ese consuelo. Se encontró huérfano, sin rumbo. Sintió que su lugar estaba lejos de todo aquello, quizás su destino estaba en otro lado, en otro mundo...y comenzó a soñar..

1 comentario:

  1. Gracias, María Inés.
    Sin duda Antonio Sin y tantos como él, nos mostraron el camino para odiar tanta barbarie y no menos hipocresia, que se hace en nombre de la "patria".
    Conviene recordar que por aquella época se podía eludir el ir a la muerte a la guerra)...abonando 1000 pesetas; "lógicamente" los más "patriotas" se libraban, es decir, se quedaban con papá y mamá en casa, porque procedían de familias pudientes, mientras, los de siempre eran los que sufrian toda la barbaria de una guerra...¡la hipocresia por aquellos tiempos ya estaba inventada!.

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