jueves, 18 de agosto de 2011

Esperanza

La ocupación de Antonio Sin en la base militar africana era la de ayudante de cocina. Podría pensarse que esta tarea era la menos querida por los recién llegados de España; pues no, todo lo contrario. El hecho de tener acceso a la cocina y a la mejor comida significaba en ocasiones salvar la vida. Los alimentos eran escasos y la distancia dificultaba el reaprovisionamiento de alimentos al destacamento.
Al no haber sufrido una experiencia similar es difícil imaginarse el destructivo conflicto mental y las luchas de voluntad a las que se enfrenta un hombre hambriento. El terrible sentimiento que provoca realizar tareas en un lugar desconocido, rodeado de selva y peligros ,pero con la atención concentrada en la sirena que suena llamando a la comida diaria. La desesperación del hombre por tener su ración de comida, que en muchas oportunidades era la única del día  debido a la escasez llevaba en ocasiones a peleas y rivalidades con sus propios compañeros.
Pasado el tiempo crecía entre lo hombres un gran vacío emocional y sentimental. Ese vacío se instalaba en sus cabezas y corazones, lo cual explica cómo al final de la guerra, los que volvían a casa y no encontraban a su familia, como en el caso de Antonio, seguían normalmente con sus vidas, quizá por esa ausencia de sentimientos provocados por el sufrimiento.
Había en el cuartel ciertas discusiones que se sucedían diariamente, en un esfuerzo de mantener la esperanza y salud mental; estas discusiones eran sobre la política militar, sobre la religión de alguno de ellos y de los rumores que se filtraban en el cuartel y que hablaban de la finalización del conflicto civil, especulándose con una inminente retirada del lugar y la ansiada vuelta a casa. Una vez  tras otra se desvanecía esa esperanza del próximo y deseado final. Una esperanza avivada día a día por habladurías candorosas de soldados ansiosos, enfermos exhaustos, hambrientos.
Con el correr del tiempo, el grupo llegado meses atrás se había reducido a la mitad. La muerte de muchos de ellos a manos de los nativos, de enfermedades y accidentes provocaba un extraño sentimiento; el pensar que serían el próximo, lo que llevaba a una condición de desesperanza y los rostros de esos seres transfigurados por la nostalgia y la situación diaria adquirían matices especiales.
En otras oportunidades se los veía eufóricos por el descubrimiento de algún animal exótico, o la contemplación de algún paisaje bello del lugar, era en esos momentos como si siempre habían estado allí, tales eran los cambios de los estados de ánimo de aquellos jovencitos sometidos a una sorpresiva realidad.
Antonio comenzaba su tarea en la oscuridad del alba. Caminando a tientas junto a otro compañero, traían las papas, que era el principal alimento para preparar las grandes raciones de caldo con tocino. 
De vez en cuando contemplaría el diluirse de alguna estrella en el primer albor de la rosada madrugada y entonces con un suspiro traería al presente la mesa de su casa de piedra, allá en La Puebla de Roda, junto a sus padres y hermanos, esperando la abundante comida hecha por su abuela, acompañada por generosas raciones de pan  y perfumadas ensaladas, y  con ese recuerdo evadía el momento real...
  

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